«¡Mira, mira como me tienen amarra’o a esta camilla! ¡Es que las artimañas de estos engendros del infierno no tienen límites!», exclamó airado y con voz entrecortada el Decano, sin aclarar si se refería a los estudiantes, a los empleados del hospital psiquiátrico o a las extrañas y ensordecedoras voces en su cabeza. «¡Mi libertad es mi libertad! ¿Cómo es posible que vengan a inmovilizarme así…? ¿Cómo? ¿¿Quién dijo eso?? ¿¡¿Quién anda ahí?!?», gritó nervioso Aponte Toro mientras intentaba infructuosamente de zafarse de su camisa de fuerza.
Tras calmarse un poco, Aponte Toro aprovechó para reafirmar su compromiso con renunciar a su puesto si le presentan pruebas que refuten sus alegaciones sobre la huelga estudiantil: «Si el gatillero invisible que anda rondando por el recinto me trae una declaración jurada que diga que ningún estudiante ha tomado clases por los pasados dos años, ¡renuncio inmediatamente!», aseguró enérgico, añadiendo que también haría falta que los 19,000 estudiantes del recinto riopedrense firmen una petición de renuncia escrita en tinta rosada en un index card de 5″ por 8″. «Pero eso sí, si no consiguen además las firmas de todos los estudiantes de la clase graduada de 1912, no renunciaré… ¿pero qué–«, dijo el Decano mientras era interrumpido por dos preocupados empleados del hospital que le apretaban sus amarras.
Ante el delicado cuadro mental que presenta el decano Aponte Toro, representantes del hospital rehusaron especular cuánto tiempo permanecerá recluído. «Si continúa golpeando en el pecho con su dedo índice a los primeros cinco pacientes que se le acerquen y sigue balbuceando incoherencias cada vez que ve un portón, tendremos que devolverlo [al recinto de Río Piedras]», reveló un enfermero de la institución. «Total, en esa administración de la Universidad lo que hay son un montón de locos peligrosos. Tal vez allí esté mejor atendido», concluyó el enfermero con incuestionable lógica.