«Ya es hora de atender el padecimiento de miles de seres humanos alrededor de la Isla que esta administración parece estar ignorando», exigió la autodenominada apóstol Wanda Rolón. «Y por eso obviamente me refiero a pretender que nosotros los religiosos –una mayoría vilmente discriminada– ya no podamos botar como bolsa a los homosexuales de nuestros establecimientos», explicó, en clara referencia al Proyecto 238, que prohibiría el discrimen por orientación o identidad de género. «¿Cómo se supone que pueda demostrarle al mundo el amor de Jesús si no puedo rechazar a personas con cuyo estilo de vida difiero y hacerlos sentir como mierda? ¡Eso sería atentar contra mis preciados derechos constitucionales!», exclamó airada, sin un ápice de ironía.
«No veo en nuestra sociedad mayor problema que el que dos personas con el mismo modelo de gónadas reciba una licencia matrimonial de nuestro estado laico», sentenció el pastor Miguel Almodóvar al frente de una desnutrida menesterosa que pedía dinero en la Plaza Colón. «Ciertamente el mal social que tenemos que erradicar para que nuestro país sea más justo y equitativo es la esperanza de los homosexuales de poder alcanzar la igualdad», declaró, mientras un viejito indigente se moría a plazos cómodos en un banco cercano. «Como cristianos es imprescindible que luchemos por que se haga la voluntad de Dios en la Tierra: ¡hacerle la vida cuadritos a los gays y que no se les otorgue ni el más ínfimo beneficio legal!».
Por su parte, uno de los menesterosos que deambula por las calles del Viejo San Juan loó la gesta de justicia social de los religiosos: «Cuando vi ese reguero de gente caminando un sábado por la mañana, primero pensé que habían abierto un Krispy Kreme y estaban regalando donas y me dije: ‘¡Qué rico! ¡Al menos hoy voy a comer bueno!’. Pero de todos modos me alegré al enterarme que eran centenares de devotos cristianos presentándole al gobierno su gran preocupación ante el matrimonio del mismo sexo. Mi hambruna y mi salud pueden esperar — ¡pero a estos gays hay que pararles el caballito y es ya!», tronó patrióticamente mientras su estómago rugía.
«Estoy sumamente contenta de que como cristianos hayamos comparecido hoy aquí en masa para demostrar nuestro rechazo a estas medidas que podrían hacerle creer a los jóvenes homosexuales que son ‘iguales’ a los demás o que tienen posibilidades de ser felices en nuestra sociedad», suspiró satisfecha doña Matilda Brenes, una de las manifestantes. «¡Si no fuera por todos estos malditos deambulantes enfermos y apestosos en cada esquina haciéndonos tropezar, hoy hubiera sido un día perfecto, gloria a Dios!».