El disco party en la discoteca Brava se promovió como un evento donde se recordaría la las décadas de los 70’s y los 80’s, cuya música, desgraciadamente, aún no se ha terminado de hundir en el abismo del olvido. Para poder asistir a la actividad y ver al gobernador presumiblemente luciendo zapatacones, medallones de oro y/o un afro estilo Wilkins o Danny Rivera, los participantes debían pagar $350 por persona, una cifra que muchos catalogaron de «excesiva», «ridícula», y «Say WHUT?!«. García Padilla defendió el precio, recordando que «también teníamos una oferta de solo $500 por pareja, lo cual representa un ahorro sustancial de… pérate… bueno, de un porciento que no puedo calcular así de repente porque no tengo una calculadora a la mano y lo mío no son los números».
Hubo otros grupos que también se quejaron del ostentoso festejo, como por ejemplo la Juventud del Partido Nuevo Progresista, quienes lo criticaron porque «las cosas no están para fiesta». No conformes con eso, también sentenciaron que en Puerto Rico no se debe ni organizar festivales de pueblo; ni llevar parrandas a casa de los amigos; ni siquiera celebrar cumpleaños infantiles en Burger King «hasta que la economía se enderece, la criminalidad baje a cero, o haya un gobernador penepé en La Fortaleza, whichever comes first«. El gobernador reaccionó con un apático encogimiento de hombros, asegurando: «Bah, su comentario no me sorprende para nada: ¡tú sabes que aquí en Puerto Rico uno no puede ni tirarse un peo sin que venga alguien a dar su opinión al respecto y a criticar! Hablando claro, en esta isla hacemos jolgorio hasta cuando se avecina un huracán, así que si hay una situación en la cual el boricua promedio opine que ‘las cosas no están para fiesta’, ¡que venga Dios y lo vea!». Ante el comentario de la Juventud PNP de que boicotearían la actividad, García Padilla replicó con una guiñada zalamera: «Viviré: ¡digamos que ellos no eran mi target audience de todos modos!».
El primer ejecutivo, sin embargo, admitió que la entrada para la actividad de recaudación de fondos del viernes estuvo fuera del alcance de muchos puertorriqueños, y por eso organizó el sábado pasado un austero party de marquesina en la casa de su mamá en Coamo cuya entrada costaba solo cinco dólares (o dos potes de comida enlatada como donación) por persona. La festividad estuvo pertrechada con todas las provisiones apropiadas para un evento semejante: un bowl con fruit punch marca Food Club; una bandeja de sangüichitos de mezcla hechos en casa; y bolsas de Chix Trix, Tostitos y chicharrones Frito Lay. La actividad fue amenizada por Agujita y su Combo –o sea, el iPod del gobernador tocando música ochentosa–, y la pista de baile estuvo abierta toda la noche «para todo aquel que quisiera bailar una baladita de Stryper arrestruja’o en una loceta».
A pesar de que esta actividad debió haber sido más concurrida que el carero disco party en la discoteca Brava, Alejandro García Padilla admitió con tristeza que nadie acudió a su party de marquesina y que lo dejaron «pullú'»: «No sé si fue porque no anuncié que había alquilado hasta una máquina de humo; porque los papás de mis amigos no les dieron permiso para asistir; o porque mis simpatizantes hoy día son adinerados empresarios y no la gente que no tiene en qué caerse muerta». Sin embargo, al preguntarle a varias personas por qué decidieron no asistir, la respuesta más común fue: «¡porque la madre mía iba a tirarse a las zínzoras de la puñeta en Coamo y pagar cinco dólares por una fiesta a la cual no iría ni gratis!».
El primer ejecutivo también admitió que no sabe qué hará ahora con la piñata de Transformers llena de golosinas que iba romper al final de la fiesta. «¿Y ahora quién me comerá los dulces?», preguntó, ignorando que tendrá que esperar hasta las elecciones del 2016 para conocer la respuesta.