El estudio conducido por la Universidad de Illinois y la Universidad de Arizona –donde evidentemente ya no queda nada más por investigar– consistió de entrevistas realizadas a varios individuos quienes tenían que imaginar la severidad de un huracán hipotético basándose solamente en su nombre. Un gran número de los respondientes presupusieron que un huracán llamado «Víctor» sería más de cuidado que uno llamado «Sydney», explicando que «el primero suena al caco que me asaltó los otros días y me robó el carro, mientras que el segundo suena a la nena que me trató de vender galletitas de las Niñas Escuchas al frente de Walgreens».
Sin embargo, los resultados de este sondeo –por más totón que suene– fueron validados por las estadísticas que compilaron los investigadores: desde el 1950 hasta el 2012, 47 personas han perecido durante ciclones con nombres femeninos, mientras que dicha cifra es solo 23 durante huracanes con nombre de varón. «Si yo fuera uno de esos chauvinistas de clavo pasado», explicó William McHenry, uno de los diseñadores del estudio, «diría que esto comprueba mi teoría de que las mujeres no son más que víboras venenosas que de una manera u otra le chupan la vida a uno y no traen más que calamidad, tristeza y zozobra, y te llevan la mitad del sueldo, la casa e incluso el 370Z que apenas llegaste a guiar, hasta que maldices el día que las conociste. ¿¡Oíste, Samantha!?», gritó entre lágrimas el académico que sin duda alguna todavía tiene alguno que otro issue sin resolver con su exesposa.
Por su parte, el Centro Nacional de Huracanes de los EE.UU. se tomó muy a pecho las conclusiones de la investigación y emitió un comunicado de prensa en el cual resolvió «poner fin al baño de sangre que han causado los huracanes con nombres de mujer» tomando ciertas medidas preventivas. La primera de estas fue de eliminar de su listado «nombres de stripper o de mesera de Hooters, tales como Cinnamon, Divine o Foxxxy –cuya actual existencia en nuestro catálogo es, hablando claro, algo embarazosa». La segunda medida, y quizás la más crucial, es la de «añadir al repertorio un gran número de nombres de abuela de esas de las que te tirarían con una chancleta con un guille cabrón o te darían una nalgada en público sin mayores miramientos, tales como Mamá Joaquina, Maruja o Doña Tomasa». Los miembros del cuerpo meteorológico aspiran a que «la próxima vez que anunciemos un huracán llamado Clotilde, Gertrudis o Petronila, la gente tome las mismas precauciones que tomarían si viniera por ahí una señorona severa e intransigente con cara de pocos amigos y una varita de guayaba en la mano».