Una auditoría federal de la agencia del Seguro Social reveló que un estatuto que le otorga beneficios por incapacidad a cualquier ciudadano que no hable bien el inglés cobijó, inexplicablemente, a 218 residentes de la Isla entre el 2011 y el 2013. «Somos conscientes de que en Puerto Rico el 95% de los habitantes hablan español en la casa y que el masticar el inglés no es impedimento para conseguir un empleo», aclaró Jonathan McPherson, subdirector de la agencia. «Pero a nosotros no nos pagan por hacer cosas que tengan sentido, sino por enforzar ciegamente los reglamentos ilógicos y arbitrarios que algún burócrata ignorante se haya sacado de la manga… ¡de nada, puertorriqueños jaibas que están recibiendo un chequecito del Tío Sam por el mero hecho de haberse colgado en su clase de inglés!».
Sin embargo, abusar de este tecnicismo legal no es suficiente para muchos puertorriqueños, quienes le reclamaron a la agencia federal a que también considere como criterio de incapacidad el padecer de «pereza aguda», «déficit de ganas de trabajar», y «Síndrome de la Quijada de Arriba». Estos males, reclaman los haraganes profesionales, son tan nocivos o quizás más que el desconocimiento del idioma de Shakespeare. «El idioma se aprende», explicó Martín Navarro, uno de los reclamantes. «Basta un cursito de Rosetta Stone y al menos uno puede mascar el difícil y defenderse. ¿Pero ser un vagoneta? ¿No querer dar un tajo ni en defensa propia? ¡Eso sí que no se cura! ¿Cómo se supone que vivan estos cientos de compatriotas afectados por constantes ataques de holgazanería fulminante? ¿Cómo podrán mantener a sus familias, darse viajecitos anuales a Disney World y costear sus antenas de DirecTV si el Tío Sam, en su munificencia, no les concede un chequecito mensual por incapacidad? ¿Qué se suponen que hagan ellos? ¿Ponerse a trabajar? ¡Pero es que su vagancia se lo impide!».
En respuesta a la petición de los haraganes, portavoces de la administración del Seguro Social respondieron que la agencia no tenía planes de modificar sus reglamentos, pero intimaron que los estatutos federales son tan enigmáticos y fáciles de explotar que no les extrañaría que ya existiese ese tecnicismo y que nadie lo hubiese encontrado aún.