El concurso, titulado «¡Tan Blanquito No Eres Na’!», surgió a raíz de la gran cantidad de puertorriqueños que se han declarado simpatizantes de la ideología derechista del anaranjado magnate de bienes raíces Donald Trump, máxime los más de cinco mil que el pasado marzo votaron por él en las primarias del Partido Republicano en la Isla. «No sabemos si estos compatriotas nuestros están al tanto», indicó Federico Lespier, relacionista público de Agüeybaná Travel, «pero Donald Trump –y los trogloditas en el méinland que lo siguen– detestan tanto a los inmigrantes hispanos que quieren construir una muralla entre los Estados Unidos y México. Claro, ellos alegan que es para detener el influjo de inmigrantes ilegales –a pesar de que la inmigración de mexicanos hacia los EEUU ha sido negativa en años recientes— pero pues, ¿qué más iban a decir? ¿Que sospechan inmediatamente de cualquier persona marrón que hable español –o, ¡Dios libre!– árabe? Bah, ¡como si ellos supieran distinguir entre un boricua diciendo ‘almohada’ o un árabe diciendo ‘al-mukhadda‘! El punto es que los boricuas que creen que los correligionarios de Trump pueden, o quieren, excluir a los puertorriqueños del grupo de hispanos forasteros que según ellos se está quedando con su país, obviamente nunca se han topado con uno cara a cara… ¡así que facilitémosle ese encuentro del tercer tipo, para que pasen un mal rato y se ubiquen!».
Los boricuas que sean seleccionados podrán viajar acompañados de su familia inmediata a uno de varios estados sureños, donde pernoctarán por una semana en moteles de media estrella situados al este de las vías del tren de algún pueblo pequeño cuyo nombre termine en «-wood«, «-ville«, o «-town«. «¡Nada de visitar Atlanta, Dallas o Nueva Orleáns!», advirtió Lespier con una sonrisa socarrona. «Estamos hablando de pueblitos donde el alcalde –quien también se desempeña como jefe de la policía, juez y barbero– es el tataranieto del fundador, y no ha perdido unas elecciones en cuatro décadas; lugares donde a la entrada del pueblo hay pancartas con mensajitos sutilmente amenazantes estilo: ‘Gently resisting change since 1849‘ como queriendo decir: ‘Darkies, stay out!‘; o simplemente cualquier localidad donde, a la que se encuentran con un forastero, lo primero que le preguntan es: ‘You ain’t from around these here parts, are you, boah?‘. En fin: cualquier riquitillo que en la Isla se llena la boca hablando de lo que hay que hacer con ‘las minorías’ recibirá un reality check bien grandote cuando se detenga en una gasolinera en Greenwood, Daleville o Honkytown y el dependiente les sugiera que se vayan a llenar el tanque a México».
Agüeybaná Travel ya ha realizado un viaje piloto con una adinerada familia de una urbanización con acceso controlado en el municipio de —yup, you guessed it!— Guaynabo. Marisabel Lizárraga Dávalos de Escórcega, la primera participante en el plan piloto, fue elegida por su tendencia a decir con su boquita de comer joyitas tales como: «¡A esos dominicanitos indocumentados yo los mandaría a to’s de regreso en una yolita defectuosa pa’ que se los coma Jaws!» cuando se daba dos o tres traguitos de más. «Ya la primera noche de nuestra estadía en Misisipí nos pusieron tres cruces en llamas al frente de nuestro cuarto, al lado de una canasta de frutas que decía confusamente: ‘Welcome to Brownwood, y’all! Now go back where y’all came from!‘», explicó la mujer de alta sociedad mientras se tomaba tembluzcamente una combinación de Percocet, Xanax y Amiplín 500. «Pero, pero… ¿¡esa gente no sabe que yo tengo chavos!? O sea, mi jardinero gana más que muchos de ellos, y se van a poner con esas bicherías conmigo? N’homb’e, no… ¡la que se poner con bicherías soy YO!», tronó con un saludable grado de conciencia sobre sí misma.
El marido de Marisabel, Armando Alfonso Escórcega Cárcamo, abundó sobre los sinsabores que experimentaron en el aleccionador viaje: «No podía creer cómo esa gente nos miraba a nosotros dos y a nuestras hijas Natalia Cristina y Dafne Zöé: como si nos hubiéramos colado cruzando un río en vez de volando en primera clase, como Dios manda. Yo creía que con todos estos apellidos esdrújulos no íbamos a tener problemas, pero, por más que les explicábamos a los locales que éramos de Puerto Rico, simplemente nos decían: ‘Bah: Puerto Rico, Puerto Vallarta, Puerto Plata… ¡no nos importa de qué parte de México hayan venido ilegalmente, lo importante es que se larguen!’. ¡Nunca en mi vida me había sentido tan… tan… NEGRO!», exclamó entre sollozos mientras miles de residentes afroamericanos de Brownwood pensaban: «Tell me about it!«.