«Cuando el mundo le da una trastada a algún feligrés, suelo recordarle que ‘Dios obra de maneras misteriosas'», explicó González Nieves al oír la decisión del tribunal, «¡pero ahora que el que me chavé fui yo, más bien diría que bregó bien Chicky Starr! ¡Tantas décadas acaparando bienes, decorando nuestras catedrales de la manera más fastuosa posible (mientras deambulantes fuera de nuestras puertas literalmente viven en la miseria), y no pagando impuestos, para perderlo todo de buenas a primeras! ¿Qué hemos hecho nosotros, los altos dirigentes de la Iglesia Católica, para merecernos este amansaguapo, allende a no pagarle la pensión que le debíamos a nuestros propios maestros? ¡Padre!», exclamó el arzobispo, implorando a los cielos, «¿por qué has desamparado mi billetera?».
Según órdenes del arzobispo, «todo cura, párroco, sacerdote, diácono y hasta monaguillo, deberá presentarse en alguna luz del país –¡de las que funcionan, claro está!– y hacer algo para recaudar fondos para la Santa Iglesia Católica». Este prometió que estos clérigos «darán misa, ofrecerán comunión y venderán indulgencias en los semáforos de la ciudad capital desde el amanecer de Dios hasta las mil y quinientas, para que, así sea pejeta a pejeta, nuestras arcas de nuevo estén abarrotadas de chavos que no usaremos para ayudar al prójimo, rehusando vivir en la austeridad que ordena nuestro propio salvador. ¡Si voy a ser célibe toda la vida, tampoco voy a ser un pela’o, ¿vi’te?!».