La ley de Agricultura y Nutrición del 2018, mejor conocida como el «Farm Bill» porque hay que usar palabras cortitas para que la gente entienda estas cosas aburridas, contiene un sinnúmero de disposiciones que afectan a millones de personas, como el casi trillón de dólares destinados a ayudar a subvencionar los cupones de alimentos –¡pero nada, también prohíbe las peleas de gallos, así que concentrémonos en eso! Antes de su aprobación, el gobernador Ricky Rosselló sacó tiempo de su ocupada agenda de tuitear «¡Buenos días!» todas las mañanas y voló a la capital federal para intentar abogar por una exención para Puerto Rico, arguyendo que «las peleas de gallos son patrimonio nacional y parte de nuestro folclor, y además es una industria que genera millones de dólares y mantiene a miles de familias, y oh, —never mind, que ya veo que adelantaron la votación y ya aprobaron la ley porque a nadie aquí le importa un carajo cómo las leyes federales afectan a la Isla».
Por su parte, los gallos de pelea recibieron la noticia de que serán cesanteadas con beneplácito, aunque eso implique que terminen en un caldero lleno de arroz, sofrito, pedacitos de jamón y ayDiosmíoquéhambreacabadedarme. «¡Al fin llegó la hora de nuestra libertad!», cacareó El Espolón, un luchador de pura raza con una hermosa y rubicunda cresta de sierra. «Después de toda una vida desplumando contrincantes en la arena de la Gallera Tres Hermanos en Corozal, será un alivio esperar a que me desplumen a mí y me cocinen por buen rato para que mi carne se ablande y coja un buen sabor. ¡Ahora bien, más vale que me sirvan en un restaurante tan fino que se anuncie como ‘mesón gastronómico’, y no en algún cuchifrito playero!».
Igualmente opinó Estrellita, otro sanguinario luchador gallístico que logró llegar a la cúspide del Deporte de Caballeros a pesar de tener nombre de telenovela infantil mexicana: «Como gallo de pelea tengo que luchar cada día para sobrevivir, y nunca sé cuándo me encontraré la espuela que me hará trizas; pero como futuro gallo de caldo, puedo ya entregarme a mi destino y morir sabiendo que seré el deleite de algún hambriento comensal, quizás, –¡ojalá!– incluso de algún turista gringo probando asopao por primera vez en algún restaurante carero en SoFo. Comparado con morir en un charco de mi propia sangre mientras hordas de ávidos espectadores porrean para que otro gallo me descuartice, ¡terminar siendo la parte principal de un delicioso ejemplar de la cocina puertorriqueña sería un sueño!».