La nueva ley, que criminaliza a toda persona que haga uso de máscara o careta, postizo o maquillaje, tinte o cualquier otro disfraz, completo o parcial, que cubra el rostro o altere su apariencia física, con el propósito de esconder su identidad, fue un diáfano intento del Senado de poder castigar a los estudiantes encapuchados en la huelga estudiantil en la Universidad de Puerto Rico. Sin embargo, el lenguaje ridículamente amplio de la ley también convertiría en criminales a personas que la Legislatura presumiblemente no procuraba incluir, como a las viejitas que salen de la casa en dubi o con rolos (aunque es imposible de precisar si esto se debe a impericia o a sagacidad legislativa).
«Podría admitir que esta ley es excesivamente amplia, innecesariamente punitiva, y desmesuradamente totona», se defendió la senadora Mariíta Santiago, quien impulsara la medida, «pero no veo por qué empezar a reconocer mis faltas a estas alturas de mi vida. Sí: es cierto que cubrirse la cara durante la comisión de un delito ya era un crimen; sí: es cierto que esta ley es una reacción de gallina clueca a las recientes acciones de los estudiantes encapuchados; sí: es cierto que aprobamos la ley por descargue porque sabíamos que hubiera sido imposible defenderla por sus méritos en un foro público… pérate, ¿cuál era el punto que quería hacer? Ah, sí: ¡que [los PNPs] somos mayoría, así que chúpense esa en lo que les mondamos la otra!», exclamó la Senadora con el decoro de siempre.
Las mujeres quienes habitualmente salen de su casa con dubis o rolos en la cabeza se quejaron de que la nueva ley, técnicamente, las obliga a cometer un delito cada vez que se desplazan por las vías públicas. «No le cabe duda a nadie que cada vez que me voy de tiendas en rolos llevo un ‘postizo’ que ‘altera mi apariecia física'», expuso Doña Consuelo Robles, de Río Piedras, citando textualmente partes de la nueva ley. «También suelo salir a la calle con ‘maquillaje’ que me ‘cubre el rostro’, y todos los martes me doy un ‘tinte’ con ‘el propósito de esconder mi identidad’ de mujer canosa: ¿por qué eso me ha de convertir en una criminal?», preguntó con zozobra. «¿Qué, se supone que me haga el dubi y los rolos en la privacidad de mi hogar, en vez de salir a la calle luciendo como un adefesio?».
Por su parte, los encapuchados expresaron su aprobación a la nueva ley y rechazaron tener miedo a ser arrestados (un hecho que muchos atribuyeron a que los jóvenes podrían ser agentes encubiertos de la Uniformada buscando bulla «en la tradición policiaca que nos trajo casos célebres como el del Cerro Marravilla»). «Y aunque pudiera salir arresta’o de aquí», confesó uno de los ahora delincuentes, «¡vale la pena el riesgo si implica que no tendremos que volver a ver en la calle a esos esperpentos en batas y pantuflas con guille de Doña Florinda!».