«Como que de momento los superdelegados me parecen una excelente idea», opinó el senador vermontés Bernie Sanders. «Cuando el electorado demócrata está cometiendo una gran equivocación, los superdelegados representan un mecanismo para corregir la situación. Por el bien del partido, por supuesto», aseguró, mientras miles de seguidores aplaudían, olvidando convenientemente que solo semanas antes los superdelegados eran engendros del infierno bajo las órdenes de Hillary Clinton.
«Este concepto de pasarle el rolo a una mayoría se escucha bien bien revolucionario», aseguró Pedro Aguirre, acérrimo seguidor de Sanders que se apresta a votar por él en la primaria demócrata en Puerto Rico en el mes de junio. «Yo exhorto a los superdelegados que se unan a esta revolución que está siendo truncada por la voluntad de casi 10 millones de personas que se niegan a ver el desastre que es la corrupta esa. A las masas ciegas hay que llevarlas por el camino correcto aunque sea a la mala», aseguró.
Al señalarle a Pedro lo hipócrita que es que Sanders y sus seguidores están enamorados de los superdelegados ahora que podrían darle la victoria, este sentenció: «Cuando lo hace lo hace el establishment, es tiranía; cuando lo hace la minoría oprimida, es revolución. ¡Infórmate, papo!».