García Padilla fue invitado a formar parte de la actividad por parte del secretario general de la AEC, y su comparecencia lo convirtió en el primer gobernador puertorriqueño en participar de dicho evento (un importantísimo hecho que sin duda alborotó las oficinas generales del Libro Guinness de Récords Mundiales). Al primer mandatario lo acompañó su esposa (porque, ¿quién diría que no a echar una canita al aire cuando es por cuenta ajena?) y el secretario de estado de Puerto Rico, que es una posición que realmente existe aunque carezca de todo sentido, lógica y buen gusto. Alegadamente el secretario de justicia fungió como gobernador interino durante la ausencia del gobernador, con el simple (e imposible de violar) mandato de «No jodas las cosas más de lo que están».
El gobernador aprovechó su escapadita de la olla de grillos que es su diario vivir en la Isla para pedirle al gobierno cubano que le provean asilo político con la excusa de que, de regresar a Puerto Rico, el pueblo, la prensa y los bonistas seguirían dándole como pandereta de Pentecostal. «¡Me quiero quedar aquí en Cuba, po’ttu bbida!», exclamó García Padilla haciendo su mejor imitación de la sirvienta en los muñequitos de Tom y Jerry. «¡No me obliguen a regresar a Puerto Rico, donde no me espera nada más que insultos, recriminaciones y desdén… ¡y eso es nada más dentro de la Fortaleza! ¡Afuera no me atrevo ni a salir!». El primer mandatario añadió que «si Puerto Rico y Cuba son de un pájaro las dos alas, prefiero quedarme en el ala donde no soy un hazmerreír, un buenoparanada y un loser de siete suelas. ¡Y aunque acá en Cuba siga siendo todas esas cosas, al menos si no regreso a Puerto Rico, le tocará a otro la tarea ingrata de vender la Isla cantito a cantito para satisfacer a los inversionistas buitres!».