La Estatua de la Libertad ocupa desde el 1886 su pedestal en Liberty Island en la Bahía de Nueva York, un regalo del gobierno de Francia al de los Estados Unidos cuando masivas estatuas de cobre que cuestan millones de dólares en montar y en mantener anualmente se consideraban buenos regalos. Este monumento siempre se ha asociado con la vecina Ellis Island, por donde pasaron millones de inmigrantes de distintos países del mundo, y por ende ha pasado a simbolizar cómo los Estados Unidos es un país forjado por inmigrantes: o, como el actual residente de la Casa Blanca los llamaría, «terroristas, traficantes de drogas, y/o violadores en ciernes».
«No tengo la fuerza de cara para seguir aquí», confesó la enorme escultura metálica antes de sacrificarse a las aguas. «¿Cómo puedo permanecer erguida aquí, heroicamente alzando una antorcha y tácitamente simbolizando la libertad, si hoy día de eso hay menos y menos en esta nación? ¿Cómo puedo seguir personificando –bueno, estatuificando– la acogida a los extranjeros, si esta administración está haciendo todo lo posible por negarle la entrada a cualquiera más oscurito que off white? ¡No! ¡Prefiero hundirme en la bahía y entregarme al moho, a la contaminación y al olvido, que seguir acá arriba mostrando mi cara llena de vergüenza ajena, pátina verde y mierda de pichón!».
Antes de cumplir su promesa, el altísimo monumento primero que nada ahuyentó a los turistas que estaban adentro «tocando reggaetón a to’ fuete». Cuando cesaron desde su interior los ensordecedores gritos de «¡Nou! ¿¡Quei carajous es eistou!?» y «¿Lito y Polaco? ¿¡Por qué, Lady Liberty!? ¿¡POR QUÉÉÉÉ!?», y los visitantes huyeron despavoridos, la estatua levantó del pedestal sus pesados pies cobrizos y saltó dentro de la bahía. Las últimas palabras que emitió, a modo de despedida, fueron: «No refunds on your tickets! Nooo refuuunds….»
A escasas horas de la desaparición de la Estatua de la Libertad, la Casa Blanca emitió un comunicado de prensa en la cual asegura que se trata de un acto de terrorismo causado por «alguno de esos inmigrantes marrones que usamos de chivos expiatorios».