«Ciertamente me he enamorado de esta, mi islita», declaró Donald Trump, el ahora dueño de absolutamente todo lo que hay en la otrora isla de Puerto Rico. «Desde que vine aquí para celebrar el certamen de belleza Miss Universe no he dejado de pensar en ella, en sus lindas playas, sus azules cielos, y sus mujeres bien buenas». Tanto fue el amor de Trump por la Isla que hace algunos meses anunció que compraría unos terrenos en las costas de Río Grande para hacer un club de golf y área de viviendas para millonarios pobres (dado que las casuchas comienzan en los 1.4 millones de dólares). «En mi opinión, no hay mejor manera de demostrar que amas algo que comprándolo: es una política personal que llevo utilizando por años, ya sea con mis otros complejos de golf, con mis edificios de oficinas, o con mis mujeres». Trump aseguró que en efecto su intención era «hacer de Isla Trump mi tercera esposa… pérate, ¿o es la cuarta? ¿La quinta? Bah, quién se acuerda… énigüei, la más reciente».
A pesar de las castas intenciones del magnate, sin embargo, el desarrollo en Río Grande, para variar, fue criticado por grupos ambientalistas, al reportarse que la construcción damnificaría un área de manglares, algunos arrecifes de coral, e incluso un hábitat de manatíes (entre ellos el celebrérrimo Moisés, quien fuera motivo de una incómoda canción de amor entre especies del fenecido Tony Croatto). Antes de que se armara «otro crical como en Paseo Caribe», Trump decidió actuar preventivamente: «Es sencillo: yo quiero hacer ese club de golf ahí, y lo que Trump quiere hacer, lo hace, sin importarle lo que le diga la gente (¡como el Gobierno de Bush!)», aseguró, explicando de una buena vez y por todas el porqué de sus descabellado peinado. «Así que me pregunté: ¿cuánto saldría comprar la isla completa, y así poder hacer aquí lo que me dé la gana? Sorpresivamente, ¡no mucho!» Trump mandó a hacer un análisis económico de la Isla, y entre el hecho de que el ahora exgobernador Aníbal Acevedo Vilá está bajo investigación federal, el que el gobierno local está casi en bancarrota, y el que resolver el estatus de Puerto Rico es un problema para el gobierno de los Estados Unidos, el análisis reveló que sería factible comprar la Isla sin mayores complicaciones.
En efecto, la transacción de compra con el gobierno estadounidense fue un proceso sencillo e indoloro: Dirk Kempthorne, Secretario del Interior de los Estados Unidos, confirmó que la venta ya fue finalizada, y que tomó solo par de días. «Para serles franco», confesó Kempthorne, emocionado de que alguien supiera quién es él, «estábamos esperando que algún ricachón comprara a la dichosa isla esa ya para poder quitarnos ese dolor de cabeza de encima. Teníamos ya todos los papeles listos: solo era cuestión de encontrar a alguien lo suficientemente adinerado y suficientemente valiente para querer echarse la soga al cuello con esa olla de grillos», afirmó el secretario, quien también reveló que le regalaron a Trump una tostadora al cierre de la transacción, en señal de agradecimiento. «El precio de compra, claramente, permanecerá confidencial por cuestiones de privacidad», aclaró, «pero digamos que con todas las deudas que tenía el Gobierno de Puerto Ric– perdón, Isla Trump, y por la cantidad de dinero que habría que meterle por cuestión de mantenimiento (digamos que la Isla es, como decimos acá, un ‘fixer-upper‘), ¡por poco tenemos nosotros que pagarle a Trump por quitárnosla de las manos!», añadiendo enfáticamente para beneficio de Trump: «Oh, and by the way: no takesies-backsies!«.
Trump, el ahora autodenominado Gobernador y Primer Semental de la Isla Trump, manifestó que hará de La Fortaleza su «casa de veraniego principal», donde pasará la mayor parte del tiempo entre sus 47 casas alrededor del mundo. También anunció que hará varios cambios alrededor de la Isla, el primero de ellos siendo cambiar el lema bajo el escudo de Trump Island de «Joannes Est Nomen Ejus» a «No Fatties!«. Otro cambio que entrará en vigor inmediatamente será que las mujeres que quieran ir a la playa tendrán que haber sido calificadas con un 8 o más en el «Trump Hotness Scale» (donde claramente será el mismo Trump quien se encargue de darle la puntuación a todas las aspirantes): «Mi motivo es hacer que las playas de Isla Trump se parezcan a los anuncios turísticos que llevo viendo por años: ¡no más viejitas gringas poteleche con piernas varicosas y celulíticas!».
Sin embargo, el nuevo mandatario no quiere que los islatrumpeños sientan que habrá demasiados cambios en su diario vivir: «Una de las razones por las cuales decidí pagar estos $860 dólares para comprar este hermoso terruño es porque me gusta el estilo de vida aquí, y porque me cae bien la gente: no pienso de ninguna manera hacer nada que irrumpa en su estilo de vida (digo, además de prevenir que vengan feostias cagalitrosas y vejestorios cayéndose en cantos a dañarnos el panorama en las playas)». A pesar de su filosofía benévola de gobernación, sin embargo, el Primer Semental advirtió que no tolerará que vengan «ambientalistas llorones con sus ñeñeñés de que si el campo de golf va a dañar los arrecifes de coral, o que si va a acabar con las praderas de algas, o que si algunas trapo de vacas marinas van a tener que desplazarse y afear las aguas en algún otro lugar: esta es Isla Trump, y si no quieren acatar mis deseos, me veré forzado a poner a todos los disidentes en un área de concentración que he designado, la cual ustedes conocían con el nombre de ‘Carolina’, donde se verán forzados a convivir con los nativos y escuchar reggaetón todo el santo día».
Se reporta que ante esta espeluznante amenaza, ya se han retractado muchas personas que anteriormente se oponían al desarrollo, algunos incluso sumándose a la mano de obra de construcción con tal de no levantar sospechas y evitar represalias. En lo que sería quizás el caso más egregio, el Secretario de Recursos Naturales y Ambientales, Javier Vélez Arocho, quien anteriormente se había expresado sobre el efecto ecológico dañino que el proyecto tendría sobre las áreas aledañas, manifestó: «Chacho, yo mejor me curo en salud y ayudo aquí a talar par de manglecitos y a romper dos o tres arrecifes de coral, que no quiero que el Trump me tache de disidente y me destierren a Carolina… ¡uy, no, deja eso!».
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Nota al calce: Este artículo fue publicado originalmente el 12 de mayo de 2008, pero si ignoras la mención de Bush y Acevedo Vilá, casi casi podríamos haberlo publicado recientemente. ¡Y como somos vagos, simplemente la republicamos tal cual!