«Ustedes ciertamente tenían un buen guiso aquí de festejo sin fin», admitió con algo de admiración Jonathan Silvertooth, portavoz de la JCF. «No les bastaba con celebrar hasta el 6 de enero, sino que encima de eso se buscaron una excusa para seguir parrandeando y no bajar las decoraciones navideñas sino hasta ocho días después de eso. ¡Así cualquiera!». Silvertooth anunció que la Junta, siguiendo su mandato de «vender hasta los clavos de la cruz con tal de pagarle la deuda a los inversionistas buitres», se dio a la tarea de subastar los restantes días de octavitas a opulentos forasteros en búsqueda de «más oportunidades de libertinaje desaforado y/o bebelata descomedida». «Le pudimos sacar bastante billete a esta costumbre boricua», confesó satisfecho el portavoz con nombre de dentista, «así que no se extrañen de que cuando acabemos de privatizar cuanta dependencia gubernamental exista, nos demos a la tarea de también vender cuanta tradición puertorriqueña parezca rentable. ¡Esperamos que hayan disfrutado las parrandas durante estas navidades, porque quién sabe si ya las habremos vendido antes del próximo diciembre!».
Por su parte, el pueblo puertorriqueño recibió la noticia con un indiferente encogimiento de hombros: «¿Qué importa que la Junta haya vendido hasta las octavitas?», preguntó con apatía el boricua promedio. «Con la isla medio apagá’ y la gente pasando estrecheces, ¿quién iba a animarse a tirarse a la calle a seguir parrandeando? ¡Después que la Junta no nos toque la SanSe, a mí plin!».