El enésimo tiroteo escolar ocurrió en la pequeña ciudad de Santa Fe en el estado de Texas, donde (¡repitamos todos juntos a coro!) un estudiante blanco con guille de malote disparó en contra de sus compañeros con armas que obtuvo en su propia casa. La reacción de congresistas republicanos que apoyan férreamente la Segunda Enmienda fue que (¡repitamos todos juntos a coro!) esto es un lamentable incidente que se debe a los problemas de salud mental en el país; que no es hora de hablar del control de armas; y que sus pensamientos y plegarias están con las familias de las víctimas. La reacción del electorado, por su parte, fue que (¡repitamos todos juntos a coro!) los demócratas se endiablaron con dichos legisladores, pero no se aparecerán el día de las elecciones para sacarlos del poder; y los republicanos lamentaron la situación, pero seguirán votando por dichos legisladores porque no quieren que los demócratas les quiten las armas.
El único matiz nuevo después de esta última matanza fue que finalmente se supo por qué tantos congresistas –a todas luces seres humanos con hijos propios y quizás, en algunos casos extremos, compás moral– no hacen tres carajos para prevenir futuros incidentes similares: tienen un office pool de dónde será el próximo tiroteo. Por ejemplo, se reporta que Marco Rubio, senador del estado de Florida y recipiente de más de 3 millones de dólares del NRA, estaba brincando de contento por los pasillos: «¡Me pegué! ¡Me pegué! ¡Aposté que el próximo tiroteo sería en un estado con ‘x’, y me pegué doble, porque el tiroteo fue en Texas, y porque Santa Fe también es la capital de Nuevo México!».
Aunque el congresista que más dinero ganó en la apuesta de oficina fue Marco Rubio, el senador John McCain (quien ha recibido hasta la fecha más de $7 millones del NRA) también se pegó con dos o tres centavitos por adivinar que el tirador sería blanco; y el representante demócrata Peter Welch (quien más barato se vendió al NRA al recibir de ellos solo $1,000) se pegó con reintegro por acertar que la policía encontraría la manera de arrestar vivo al tirador blanco (a pesar de que, si este hubiera sido negro, lo hubiesen tiroteado aunque la pistola hubiera sido de juguete).
«Claro que podríamos pasar leyes tan obvias que se caen de la mata que al menos intentarían prevenir este tipo de desgracias, pero, si le sacamos tanto billete a nuestra inacción, y el electorado sigue votando por nosotros, ¿por qué lo haríamos?», preguntó Marco Rubio con una lógica inexpugnable.